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Muere Mijaíl Gorbachov a los 91 años

Su muerte la confirmó el medio Russia Today. Será enterrado junto a su esposa, Raissa, en el cementerio Novodevichy de Moscú, según informó la agencia de noticias Tass. Foto: EFE

Murió Mijaíl Gorbachov, a los 91 años. Fue el último presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la ex URSS que antecedió a la Federación Rusa y otras naciones luego independientes, tras la caída del muro de Berlín. Fue Nobel de la Paz en 1990. 

Mikhail Sergeyevich Gorbachov fue lo que los soviéticos siempre detestaron: un reformista. Así dijo alguna vez que quería ser recordado; pero eso sí, como un “reformista profundo”, si es que algo como eso existe.

Nació el 2 de marzo de 1931. Su pueblo natal fue Privolye, al sur de Rusia y al norte del Cáucaso, un lugar de granos y ovejas. Su aplicación y su interés le valieron en 1950 un destino impensado para un hijo de campesinos que manejaba tractores: el ingreso a la Universidad del Estado de Moscú, donde estudió derecho y agronomía.

Tres o cuatro hechos marcan la vida de Gorbachov en aquellos años: organiza las ligas comunistas universitarias; conoce a una bella y espigada muchacha, Raisa Maxímovna Titarenko, se casa con ella y tienen una hija, Irina; se gradúa en leyes y decide volver a su pueblo.

Gorbachov fue secretario de Agricultura en los años del todopoderoso Leonid Brezhnev, y lanzó el primero de sus planes de reformas: descentralizó el proceso de toma de decisiones, dio incentivos por producción a los agricultores y se cargó a una serie de funcionarios corruptos. A la muerte de Brezhnev en 1982, Andropov se convirtió en el líder de la URSS y Gorbachov se lanzó a conquistar el poder.

En Londres, Gorbachov repartió encanto y esa sandez que la estrechez de mentes define como glamour. Vestía trajes a la moda, sonreía de modo impensado para un dirigente de la URSS, derrochaba un humor incisivo y se dejaba fotografiar con un típico sombrero texano. La prensa británica lo bautizó enseguida “el camarada Gucci”.

Además, agregaba una dosis de misterio a su figura: su frente y calva lucían de nacimiento una mancha de forma y significado enigmáticos. Era un hemangioma provocado por el aumento de tamaño y cantidad de pequeños vasos sanguíneos dentro y debajo de la piel.

En 1984 su amigo y mentor, Yuri Andropov, murió en el ejercicio del máximo poder, como era de estilo en la URSS, la “gerontocracia” nombró a Konstantin Chernenko, un hombre de edad provecta y salud al tono, que gobernó apenas trece meses y de quien Gorbachov fue su número dos, en un ensayo general de lo que estaba por llegar. En marzo de 1985, a pocas horas de la muerte de Chernenko, Gorbachov fue elegido por unanimidad, cosa insólita, secretario general del PC de la URSS.

Su discurso inaugural sentó las bases del cambio que se avecinaba. La URSS, dijo, debía dar “un giro decisivo a su economía para aplicar los principios socialistas en forma creativa”; sugirió, e invitó a pensar, que dentro de una economía planificada había lugar “para avivar la independencia de las empresas y despertar su interés por el producto final de su trabajo” y lanzó una advertencia premonitoria: los mayores beneficios materiales “pueden entorpecer la justicia social”.

Gorbachov clavó a fuego dos palabras rusas que Occidente aprendió rápido: glasnot, que significa apertura, transparencia, y perestroika, igual a reconstrucción. Y se echó a andar. Entre 1987 y 1988, por ley firmada, las empresas soviéticas gozaron de mayores libertades. Y los individuos también.

Sus años se vieron ensombrecidos por la tragedia de Chernobyl, en abril de 1986, por la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán en 1989, un triunfo de la paz pero una derrota militar para la URSS, y por la travesura de Mathías Rust, un chico alemán que en 1987 aterrizó con su Cessna 172 en la Plaza Roja, después de burlar todos los radares de la superpotencia y de dejar en claro que el poder militar no se llevaba bien con Gorbachov.

El Kremlin de Gorbachov dejó de apuntalar a las dictaduras comunistas del este de Europa, en especiales especial con la de la República Democrática Alemana, lo que se supone contribuyó al derrumbe del comunismo en la región y a la caída del Muro de Berlín luego de que, triunfante y avisado, Reagan lanzara un desafío histórico.

El muro cayó en noviembre de 1989 y el señor Gorbachov estaba demasiado ocupado en achicar el bote del naufragio económico de sus reformas.

Fuente: El Clarín

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